Una fría y solitaria navidad

Una fría y solitaria navidad

Por: Ing. Víctor Zarza Dávalos

«En cuanto salga, me voy rápido. Llego como a las diez», habrían sido las palabras de Rogelio Villalba al colgar el teléfono y prometer a su esposa que pasaría la navidad en casa.

Esperanzado, volvió la vista hacia la calle por donde solía llegar su relevo. Eran las 19:40 horas. Veinte minutos antes de su hora de salida. Había terminado el Parte de Novedades. Había también, realizado el último rondín por el corporativo, que ya lucia solo a esa hora. Como buen profesional, permanecía uniformado.

La plática con su mujer había incluido: pozole, tamales, ponche, buñuelos, piñatas, música, alcohol y, sobre todo, reunión familiar en casa de sus padres; un auténtico premio para un trabajador que ha laborado por un largo año.

Villalba, estaba cumpliendo diez años de haber tomado la estafeta de guardia de Seguridad. Había alcanzado ya, la madurez en sus competencias que caracterizan a un guardia Élite. En su defecto, Hernández, su relevo, debía presentarse a su apenas tercer turno en su corta carrera; eso, era un gran riesgo, sin lugar a duda.

Rogelio, volvió a mirar a la calle sin encontrar respuesta. Miró por enésima vez el reloj, eran ya las 20:05 horas. «Hola papá», se escuchó una tierna e inocente voz en el celular. Era su pequeño, quien le llamaba para desearle feliz Navidad y rogarle que se apurara a llegar para que rompieran la piñata juntos. Los sentimientos de enojo, molestia, desesperación, tristeza y frustración fueron apareciendo poco a poco. Está, era la tercera ocasión que le pasaba en su larga carrera como guardia.

20:20 horas. Tiempo de iniciar con el «odiado protocolo». 1) Llamar a su relevo, 2) llamar a su supervisor y 3) llamar a su familia; está última, la tarea más dolorosa. Su esperanza entró en «estado de coma» cuando no recibió respuesta del guardia Hernández, en ese momento, supo que no vendría y “murió” cuando su supervisor le informó que no tenía relevo para él.

Entonces, resignado, abrió la bitácora y comenzó a redactar el inicio de su nuevo reporte; volvió a poner café en la vieja olla que lo ha acompañado en diferentes servicios desde hace diez años; comió la torta que le había sobrado en la comida, la cual estaba reservada para el guardia Hernández;  verificó nuevamente (lo había hecho antes, al saber que tenía un compañero inexperto) que el radio y lampara tuvieran buena batería; después, preparó el discurso para enfrentar a su esposa e hijos al día siguiente.

«¿Abandonar el puesto? ¡Jamás! ¡Nunca! ¡Un verdadero guardia de Seguridad, no abandona su puesto sin haber sido relevado!», recordó las palabras de su instructor, aquel ya lejano día en que tomó su curso de inducción. «La vida de las personas está en tus manos. De ti depende su seguridad. De ti depende que puedan volver sanos y salvos a su casa; aunque tú no lo hagas en ocasiones.», escuchó aquella mañana en el aula y acusó de recibido. Respiró hondo y profundo, tomó el teléfono, marco a Operaciones y dijo: guardia Rogelio Villalba… presente.

Mi tinta se ha agotado. Requiero una pluma de relevo.

Ing. Víctor Zarza Dávalos.

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